Aquella vez que quise ser artista, y no pude. Todo paso rápido, cual tren bala cargado de chinos con destino incierto (seguro con destino a alguna fabrica de juguetes clase B). En un momento estaba ahí, en la entrada de un edificio de feo aspecto, junto a un montón de jóvenes con "rasta", adoradores de Bob Marley. Creyendo todos ilusamente en el arte. Yo era uno del montón, feo, malo, con el pelo corto y sin amigos. El panorama era desolador, día a día reencontrarse con cosas que se suponían eran las que un futuro artista debía de hacer. Pensar en alterar su consciencia diariamente, para luego de alterada intentar reflexionar sobre cosas que no le competen y proyectándose al futuro, no le competerán jamas. Así y todo, decidí continuar con mi entrenamiento, era un joven Padwan-Artista en una academia de danza contemporánea Sith.
Los días pasaban y yo comprendía la verdad, la mentira se hacia material frente a mi y una fuerte voz en mi interior me decía "Abandona esto, hazte un maestro Pokemon".
De ahí en mas todo fue un abrir y cerrar de ojos. El tiempo me dijo que me dejara crecer el pelo, y no solo eso, que lo maltratara. Dijo que había gente que podía encarar y que alguna vez podrían llegar a ser mis amigos, no sé cuando.
El lugar cambio, ya no era aquel edificio feo repleto de rastas andantes y morrales coloridos. Ahora era peor.
Todo cambio, aquellos jóvenes artistas-locos-revolucionarios mutaron en una raza extraña, con modales y condiciones de pensamientos raros y absurdos. Pequeños señores intelectualoides con ideas sobre la paz mundial, la expresión de los sentimientos ante todo, defensores del arte de acción, partidarios de comer una hamburguesa de caca. Y así, para peor, comandado por un ejercito de eruditos en estética. Capaces de cautivar jóvenes, atraerlas y prometerles conocimiento artístico a cambio de los beneficios de un complejo de Edipo no resuelto.
Aquella mentira que crecía frente a mi era como un monstruo de tres cabezas, en silla de ruedas, alvino y cubierto de una capa de dulce de batata caliente. Protector de la pequeña verdad que detrás de él se esconde, aquel cartelito, del tamaño de un boleto con la inscripción manuscrita "Son todos jipis".
Gracias por venir. Marcos "El que suscribe" Giménez.